La música fue una constante en la vida de mi padre. De joven, en Tafalla, su pueblo, cantaba con sus amigos en las fiestas y es famosa la anécdota de cuando iba a “rondarle” a mi madre a su calle por la noche para conquistarla.
Siempre quiso transmitirnos a sus hijos su afición por la música y siendo pequeños les apuntó a mis hermanos a una academia y les compró dos hermosos instrumentos: a mi hermano un acordeón y a mi hermana un piano. Mis hermanos pronto dejaron claro que lo de la música no iba con ellos y mi pobre padre se quedó con sus instrumentos plantado y chafado. Como quedaba “la pequeña”, o sea yo, jugó su última carta. A los seis años empecé a ir a clases de solfeo y ahí comenzó mi andadura musical.
Como el piano ya estaba en casa, la elección de instrumento ya estaba determinada y poco a poco fui completando mi formación musical en el Conservatorio Pablo Sarasate de Pamplona.
Mi piano y yo tenemos una energía especial. Han sido muchas horas de trabajo con él, acariciando y aporreando sus notas, dependiendo del día y el humor que tenía y me ha formado profundamente. Me ha obligado a sobreponerme a la pereza, a la tristeza, al malhumor y a ser disciplinada y organizada. Me ha permitido expresar sin palabras mil sentimientos y estados de ánimo y comunicarme con el maravilloso lenguaje que los compositores habían creado muchos años atrás y darme cuenta que la vida sin música, es menos vida.
Hace muchos años que no lo toco. Para los que no somos especialmente dotados, tocar un instrumento es algo ingrato ya que después de un tiempo sin practicar, sientes como si no lo hubieras tocado nunca. Sin embargo, mi piano y yo somos pacientes. Sabemos que algún día nos volveremos a encontrar y comenzaremos una nueva etapa juntos, diferente, más madura, más consciente, más buscada. Y empezaré con mente de principiante, como si no hubiera pasado horas y horas pulsando esas teclas expresando mil emociones que sólo la música te da la oportunidad de mostrar.
El piano llegó a Mendiburu en cuanto nos instalamos en la casa. La verdad es que mis padres vivían en un piso muy pequeñito y en el fondo estaban deseando librarse de un objeto tan grande.
No se trata de una pieza especialmente sofisticada pero suena bien y este año le hemos hecho una buena limpieza y afinado.
Normalmente está cerrado, porque considero que no es un juguete para divertimento infantil pero cuando me lo piden, me encanta que los huéspedes disfruten de tocarlo y que llenen de música la casa.
Probablemente porque ha estado en mi vida siempre, no concibo mi casa sin él y sin duda, allí donde esté, estará mi verdadero hogar.