El ventanal

Muchas de las personas que venís a Mendiburu no os imagináis que cuando compramos la casa, la entrada estaba en la fachada sur. De hecho, el gran portalón de arco de piedra de medio punto por el que se entra ahora a la casa, era el acceso para los animales que estaban en la planta baja. La puerta que había, sólo se podía abrir desde el interior.

Como podéis ver en esta foto, bastante borrosa y con unos cuantos años, el acceso a la casa era por una pequeña puerta a la que se llegaba por unas escaleras de cemento para salvar el desnivel de la calle. Por ahí, entrabas directamente al primer piso, que era toda la vivienda de la casa. Y si, los que salimos en la puerta posando somos Martin y yo, en pleno mes de diciembre de 1994, recién comprada la casa.

Ya os he dicho muchas veces que desde el principio quisimos mantener todo lo posible la estructura original de la casa y sus elementos principales pero cambiar la entrada era algo que tuvimos claro en cuanto la vimos.

En el exterior, los únicos cambios que se hicieron fueron la sustitución de la puerta de entrada por un gran ventanal y ampliar las ventanas que están en la cocina y en el comedor de la planta baja. El resto de ventanas y huecos, conservan su tamaño y ubicación original.

Y por supuesto, todas las obras y trabajos de aquellos primeros años involucraban a toda la familia y amigos que quisieran unirse y terminaban con una buena comida.

Volviendo al protagonista de nuestra foto del mes de julio, el ventanal del pasillo de la primera planta, he de decir que ha adquirido una importancia crucial en el uso y disfrute de la casa. Está orientado al sur, lo que proporciona una gran luminosidad al interior en todas las estaciones del año y los sofás y butacas colocados junto a él son uno de los lugares favoritos de muchas de las personas que os alojáis en la casa.

Este gran ventanal contribuye en gran medida a que el pasillo de la primera planta sea la estancia más icónica de Mendiburu, o al menos una de las que despierta más admiración entre nuestros visitantes.

Aprovecho también estas líneas para recordar con muchísimo afecto a nuestro querido amigo Jesús Gonzalo Aristondo. Tuve la inmensa suerte de conocer a su mujer Sol mientras estudiaba la carrera en Bilbao y desde entonces es una de mis mejores amigas. Txus, en su condición de arquitecto, nos ayudó enormemente a diseñar y plantear cómo podíamos ir restaurando y acondicionando semejante caserón tan grande para hacerlo habitable.

Suya fue la idea de convertir esa puerta de entrada en un ventanal y aprovechar la orientación de esa fachada para iluminar toda la primera planta.

No me cansaré de repetir que Mendiburu es la contribución del trabajo y la generosidad de muchas personas y sin duda, Txus ha sido una de las más significativas, no sólo por todo lo que nos ayudó como arquitecto, sino por ser una persona excepcional y un amigo muy especial.

El ventanal de Txus está especialmente bonito en verano, lleno de geranios en flor que embellecen la fachada de la casa y dan la bienvenida a todas las personas que llegan al pueblo.

La máquina Singer

La fotografía que nos acompaña el mes de junio en el calendario es una máquina de coser Singer que para mí representa tres cosas fundamentales: el recuerdo de mis padres, el compromiso con la sostenibilidad a través de la reutilización de las cosas y el valor de lo artesano.

Las personas que me seguís y me conocéis ya sabéis que mi padre era pintor de profesión. De los de “brocha gorda”, que amaba su profesión y era capaz de pintar durante horas sin mancharse las manos. Así de fino y detallista era trabajando.

Muchas veces, le tocaba ir a trabajos en casas particulares y había muebles u objetos que los propietarios de las viviendas dejaban para tirar. Con el permiso de los clientes, muchas veces, algunas de esas cosas acababan en nuestra casa o en casas de amigos y familiares que les daban una segunda oportunidad.

Recién comprada Mendiburu, mi padre encontró esta máquina en una vivienda. Estaba con su armarito y todo y funcionaba perfectamente así que le pareció que nuestra casa se merecía su propia máquina de coser. Y dicho y hecho, la Singer vino a casa y con ella, mi madre, que siempre ha sido una artista con las manos, hizo las primeras cortinas, manteles y decenas de pequeñas cositas que nos hacían falta en la casa.

Yo lo justo se coser un botón pero me encantan las máquinas de coser. Son objetos que siempre relaciono con el hogar, con la dedicación, de las mujeres en especial, a la familia, a la economía y a la sociedad en general. Cada día tengo más claro que algún día aprenderé a coser con máquinas y exploraré alguna faceta de mi creatividad con ellas.

Pero especialmente me gustan las máquinas de coser antiguas. Son objetos bellos pero a la vez, tremendamente útiles que tendrían muchas historias y vivencias que contarnos de las personas que trabajaron con ellas. Son objetos VIVIDOS.

Y también, una máquina de coser es un medio fabuloso para desarrollar la imaginación y crear con las manos piezas artesanas únicas. A veces pueden ser cosas meramente funcionales y prácticas y otras veces son creaciones que hacen de nuestros hogares y espacios lugares más bellos donde vivir.

Cada día me gusta más incorporar objetos y muebles de segunda mano a nuestra casa y por supuesto, nuestras máquinas de coser responden a esta filosofía. Siempre digo que la sostenibilidad tiene muchísimas facetas y dar una segunda vida a objetos y muebles usados es una de ellas. Me gusta pensar que son cosas amadas previamente que vuelven disfrutarse de nuevo.

Nuestra Singer, hoy luce renovada gracias a la pequeña restauración que hice de su mueble y sirve de mesilla de noche en la habitación 5. La energía y el cariño que atesora de todos los que la hemos tenido guardan los sueños de los huéspedes de Mendiburu.

El rosal del abuelo

Mendiburu concentra la huella y la presencia de todas las personas que han pasado momentos memorables entre sus paredes y que nos han ayudado a crear nuestro hogar.

Una de estas personas especiales es mi abuelo Santos. Es el único abuelo que conocí y tuve la inmensa suerte de convivir con él muchos años. Puedo decir que tuve con él una relación especial mientras vivió y una parcela especial de mi alma es enteramente suya.

Mi abuelo Santos era el padre de mi madre. Un hombre nacido en el año 1915 en Rosario de Santa Fe (Argentina) e hijo de emigrantes navarros. Llevaba con orgullo su condición de argentino aunque volvió a España con 17 años y le tocó vivir la guerra civil muy joven. Aunque tuvo una educación muy básica y su familia era muy humilde tenía una presencia elegante y exquisita y unos modales impecables.

Pasó por diferentes trabajos y ocupaciones a lo largo de su vida para sacar adelante a su familia pero destacó especialmente por su habilidad como hortelano, como buen navarro de la Ribera que era.

Gracias a él, le cogí el gusto a leer cualquier cosa que caía en mis manos y pronto, nos intercambiábamos los libros que más nos gustaban. Muchos de sus libros y novelas están en las estanterías de Mendiburu. Tenía una caligrafía exquisita y recuerdo que me pegaba horas, boli y papel en mano, intentando imitar cada trazo de su escritura.

Era un hombre tremendamente habilidoso que lo mismo te hacía un banco de madera, pescaba, cazaba, te cosía un botón o te preparaba la comida.

Recuerdo con cariño las muchas horas que pasaba con él en la huerta que tenía en Leoz y donde le ayudaba a regar, a escardar y a tener todo impecable. Por supuesto, los primeros tomates del verano eran para nosotros y los comíamos a mordiscos con un poquito de sal que siempre llevaba en una cajita en el bolsillo.

Cuando compramos Mendiburu le gustó mucho y nos aconsejaba y ayudaba en lo que podía. Siempre le habían gustado mucho las flores y especialmente los rosales. Un día llegó a Osinaga con un rosal trepador y lo plantó en la Era. No se si tenía muchas esperanzas de que lo cuidáramos y sobreviviera pero, afortunadamente, después de casi 30 años, su legado floral sigue ahí regalándonos belleza y buenos recuerdos.

Cuando veo las rosas del rosal de mi abuelo veo en ellas cada momento especial que tuve la suerte de compartir de con él y me parecen las flores más bonitas del mundo.

Los interruptores

Hay un elemento en Mendiburu que a las personas más detallistas siempre os llama mucho la atención: los mecanismos de la luz y el cableado eléctrico de la primera planta.

Toda la instalación eléctrica de la casa estaba colocada en el exterior de las paredes porque me imagino que, como todas las casas antiguas, la llegada de la electricidad fue muy posterior a la construcción de la casa. Cuando empezamos a restaurar la casa, en la planta baja, que eran las cuadras para animales, apenas había un par de bombillas y todo se hizo nuevo: desagües, instalación eléctrica, paredes, suelos…

En el caso de la primera planta, como íbamos adecuando las habitaciones poco a poco según nuestras necesidades, nos apañamos con lo que había ya instalado.

Pero cuando nos mudamos a vivir a Pamplona y un año después tomamos la decisión de convertir la casa en un alojamiento rural, tuvimos claro que, entre otras muchas cosas, había que renovar completamente la instalación eléctrica del primer piso.

Nos encontramos entonces con la decisión de hacer catas en todas las paredes para meter la instalación empotrada o mantener todo el cableado por el exterior tal y como nos lo encontramos. Nos gustaba más la idea de mantener la instalación externa y cuando los técnicos de Turismo nos dijeron que era posible, empezamos a buscar los materiales más adecuados.

Desde aquí, quiero recalcar y agradecer al personal de Gabyl Suministros Eléctricos S.A. su ayuda y asesoramiento desde que empezamos a restaurar nuestra casa y gracias a ellos, todas las reformas y mejoras en la casa han sido mucho más sencillas.

Para los que queráis más detalles, nuestro modelo es el Dimbler de la empresa catalana Fontini que tiene auténticas preciosidades, realizadas artesanalmente, en su catálogo. Todo el cableado también es suyo y es trenzado y recubierto de algodón natural.

Y hasta ahí, toda la historia de los mecanismos que tanto aportan a la singularidad y la decoración de nuestra casa, porque como veis, cada detalle, por muy insignificante que parezca, es capaz de marcar la diferencia.

Para mí, además, estos elementos representan mucho más. Detrás está el trabajo incansable de la parte imprescindible de Mendiburu que no se ve, mi marido. Cada enchufe, cada interruptor, cada centímetro de cable está ahí gracias a su trabajo y saber hacer. Porque de las ideas a los hechos, dice el refrán “hay un trecho” y con él, es mucho más fácil.