Mendiburu concentra la huella y la presencia de todas las personas que han pasado momentos memorables entre sus paredes y que nos han ayudado a crear nuestro hogar.
Una de estas personas especiales es mi abuelo Santos. Es el único abuelo que conocí y tuve la inmensa suerte de convivir con él muchos años. Puedo decir que tuve con él una relación especial mientras vivió y una parcela especial de mi alma es enteramente suya.
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Mi abuelo Santos era el padre de mi madre. Un hombre nacido en el año 1915 en Rosario de Santa Fe (Argentina) e hijo de emigrantes navarros. Llevaba con orgullo su condición de argentino aunque volvió a España con 17 años y le tocó vivir la guerra civil muy joven. Aunque tuvo una educación muy básica y su familia era muy humilde tenía una presencia elegante y exquisita y unos modales impecables.
Pasó por diferentes trabajos y ocupaciones a lo largo de su vida para sacar adelante a su familia pero destacó especialmente por su habilidad como hortelano, como buen navarro de la Ribera que era.
Gracias a él, le cogí el gusto a leer cualquier cosa que caía en mis manos y pronto, nos intercambiábamos los libros que más nos gustaban. Muchos de sus libros y novelas están en las estanterías de Mendiburu. Tenía una caligrafía exquisita y recuerdo que me pegaba horas, boli y papel en mano, intentando imitar cada trazo de su escritura.
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Era un hombre tremendamente habilidoso que lo mismo te hacía un banco de madera, pescaba, cazaba, te cosía un botón o te preparaba la comida.
Recuerdo con cariño las muchas horas que pasaba con él en la huerta que tenía en Leoz y donde le ayudaba a regar, a escardar y a tener todo impecable. Por supuesto, los primeros tomates del verano eran para nosotros y los comíamos a mordiscos con un poquito de sal que siempre llevaba en una cajita en el bolsillo.
Cuando compramos Mendiburu le gustó mucho y nos aconsejaba y ayudaba en lo que podía. Siempre le habían gustado mucho las flores y especialmente los rosales. Un día llegó a Osinaga con un rosal trepador y lo plantó en la Era. No se si tenía muchas esperanzas de que lo cuidáramos y sobreviviera pero, afortunadamente, después de casi 30 años, su legado floral sigue ahí regalándonos belleza y buenos recuerdos.
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Cuando veo las rosas del rosal de mi abuelo veo en ellas cada momento especial que tuve la suerte de compartir de con él y me parecen las flores más bonitas del mundo.